“La
persona amable es esa que, a cambio de nada, nos ofrece terrones de
azúcar para que se diluyan dentro de nuestras ilusiones”
Hay
gente que va dando terrones de azúcar,
del
mismo modo que el aire regala una caricia
o
que un puerto sonríe al barco que se acerca.
Hay
gente así, mesando los cabellos de los otros
con
los dedos hechos de sonrisa y fantasía.
Hay
gente tan sensible y tan amable
que
en vez de cortar flores, planta flores,
no
en los jardines donde tantas nimban,
sino
en el páramo triste de un infeliz retiro.
Hay
gente que no mira lo que guarda dentro
porque
más le place la lisura que ofrece:
una
mirada, un guiño, un gesto, una sonrisa,
que,
cual aves de presa, se posan en el alma
de
quien guarda, en sus gajos, desencantos.
Hay
gente que va dando terrones de azúcar
para
endulzar el sinsabor de la melancolía,
donde
el sol de la mañana sea sol en la mañana
y
los anocheceres soplen besos tan límpidos
que,
como azucarillos, convenzan a lo amargo.