Duermo…
Duermo…
y
te sueño, durmiendo
tu
hermosura infinita.
Duermo…
es
tu rostro el atuendo
que
en mis predios levita.
Es
tu cara ataviada de ojos cerrados
la
que prende de color mis pensamientos
y
son de pleno abandono esos momentos
en
que musitan alientos perfumados.
Veo
en ella un afán grato una, quimera
donde
no hay otra posible que la iguale
abstraída
en el sopor de donde sale
tanto
hechizo que ni un hada pretendiera.
Dorada
cabellera que a tu hombro ajena
en
cascada por tu espalda se recrea
mientras
en tus manos haces que se vea
un
rostro apoyado en su pose serena.
Duermo…
y
te sueño, durmiendo
tu
hermosura infinita.
Duermo…
y
en la calma voy viendo
cuanto
al sueño me invita.
Los
párpados, que se van anochecidos
hacia
esa luz en el lecho de tus ojos
asemejan
dos cansados petirrojos
que
ocultasen con candor un par de nidos.
El
cuello, lugar preciso que sugiere
la
llamarada de todas las pasiones,
bajo
la selva de dos almohadones
asegura
que querer llamarme quiere.
Mi
ansiedado hace lo mismo, llama y llama
con
el túrgido susurro silencioso
que
invita al beso voraz y espirituoso
a
acercarse a los espacios de tu cama.
Duermo…
y
te sueño, durmiendo
tu
hermosura infinita.
Duermo…
y
dormido pretendo
ser
el sol que te habita.
Quisiera,
amor mío, ahora despertarte
con
el cálido susurro de mis manos
a
la busca de escarceos que, profanos,
aconsejen
ondear nuestro estandarte.
Mi
cuerpo ya no duerme, pasea inerte;
dime
amor con un suspiro, con un gesto,
¿me
permitirá tu sueño, está dispuesto
a
que mi pasión despierta lo despierte?