GALATEA
Igual
que reina celeste te ves idolatrada
por
quien con su imaginación te cincelase
pulida,
alabastrina cual la más bella frase
que
nunca pudo ser escrita ni pensada.
Mas,
tras los senos que, invictos, dicen “ven”
cualquier
canto de tu alma es vanidad
reposada
en la más infausta trinidad,
engarce
de altivez, falso pudor, desdén…
Transporta
tu figura la etérea dimensión
Donde
esculpida de primores alardea
gracias
al caprichoso cincel de Pigmalión.
Y
pues que la terneza de tu imagen se recrea
en
deseo imposible de encenderte el corazón,
pido
a Venus te vuelva marfileña Galatea.
Pido
a Venus te convierta en figura de marfil
pues
eso ser mereces, ausente en la belleza,
sin
luz en la mirada, sin gesto en el perfil.
Mujer
hecha de encantos pieza a pieza
con
todo el atractivo externo de un pensil
que
vetase el flirteo al rubor de la cereza.
Vas
de diosa, mujer, paseando por la vida
igual
que transitases por una pasarela
en
la que tus pasos sugiriesen otra estela
de
una pose eterna, callada, adormecida….
Vas
de diosa, mujer, arrogante diva casta,
culpa
del ensamblaje natural de ese diseño
que
espantase en los rigores de tu ensueño
a
la mirada pura y al pudor iconoclasta.
Venus
te torne granítica figura
como
lección a tanta altanería,
mármol,
granito, alabastro…roca fría
donde
quede cristalizada tu hermosura.
Que
duerman en la piedra tus delicias
porque
ésta las muestre y atesore
lo
mismo que aprisione tus desdenes.
Y
en ella, tras un hielo de falsas impudicias,
petrificado
quede todo aquello que enamore
y
desaparecidos sean tus lánguidos satenes.
Tan
cierta fuera la importancia de ese vaho venusino
como
enmudece al día, cada ocaso, el soplo vespertino.
Belleza,
entonces, seducida, inerte, inamovible,
inánime,
por una vez postrada al sentimiento
de
quien a cada instante, amoroso ceniciento,
buscó
tus ojos y tu alma sabiéndolo imposible.
Y
cuando el tiempo cruce varias primaveras,
después
que una tras otra te hayan visitado
vistiéndose
en tu entorno de gratos esplendores,
volveré
a intentar enamorarte, que me quieras,
pidiéndole
a la diosa el mismo soplo musitado
con
que
impelida
fuiste a tus patios interiores.
Ni
una cosa más pediré a Venus, sólo eso,
tras
haber dado a tu pétrea figura un casto beso.
Así
tu piel será de nuevo suave terciopelo
y
tus bellos ojos mirarán ahora seducidos
por
el calor del beso, y armónicos latidos
del
violín del corazón musicarán el cielo.
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