miércoles, 12 de febrero de 2014

EL DESPERTADOR






El despertador


Me suelen dar las tres de la mañana
y la noche no llega con el sueño
que amortaje algunas horas mi desgana.

El tictac del reloj muestra su empeño
en dilatar un tanto esa llegada
por ser su traqueteo en la vigilia dueño.

Gozar parece con su voz precipitada,
incansable y latosa, majadera,
compartiendo la piel de mi almohada.

Mientras tanto, yo sigo, mi alma espera
que los ojos se duerman, que le acierte
a mi cuerpo cansado la muerte pasajera.

Pero la maquinaria a mi costa se divierte
sabedora de que no trataré de interceptarla,
pues luego ha de ser ella la que me despierte.

Sabe que no puedo convencerla ni pararla,
porque no tiene mi cabeza campanilla
que a las ocho del día sepa despertarla.

Mientras, el bostezo los cansancios trilla
sugiriendo algún que otro amable cabeceo
contra los que insiste la fiera en su mesilla.

No quiere, cada noche perfila ese deseo
el dichoso reloj que siempre me despierta,
que ponga mi descanso a expensas del oreo.

Enfurecido miro a un entornado ventanal
y al artilugio de latir soez e impertinente
que burlas simula con sus palos extendidos.

Lo capturo, y más que un reloj, un vendaval
viene a ser cruzando el hueco, velozmente,
por el que salieran otros muchos despedidos.

Luego, en muchísimo menos de un segundo.
mi cuerpo ronca acá y está en el otro mundo.


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