EL
CAMINO ENGAÑA
Yo
nací errabundo para andar por el camino de la luz y de la sombra,
atajo
de guiños terrosos que el paseo tapiza y el paisaje nombra.
Yo
nací para abrazar con el pie la angosta e interminable travesía
que
avanza sobre el polvo amarillo, polvo en que se embarca, polvo que es
su guía.
Yo
enfrenté el sendero prendido en llamas dulces, también ateridas
en
la fría calidez de nubes,al sol candente, derretidas.
Yo
abrí, casi niño, la difusa cancela que accede a la senda
cegadora
en lo inmediato, hechicera mano, cristalina venda,
ambiguo
manantial que oculta la prístina certeza de un paisaje
negado
al tacto de mostrar los primores o el desdoro de su encaje.
Hubo
de ser el trotar encandilado del deseo, yacimiento
de
la primera ilusión, del primer desencanto y del primer lamento,
del
imprevisto emboscado traspié en el que no se ve la casual piedra
que
a algunos entorpece, a pocos impulsa y a muchos más arredra,
cual
si el embrujo de mágica celada al alma les desorientase
quitando
a la armonía la nota o el hurto verbal desde la frase.
Cuanto
dicen mis labios porfiados hablan
sólo, tan sólo del camino
que
es principio de todo, del paso por la vida, su instante y su destino.
En
tanto, mis ojos labran como arañas las telas del don de la vida
por
dar a mis zancadas el perfil de la ilusión ardiente y contenida.
Y
he andado largo tiempo detrás de la voz tersa de vagos recovecos
que
me atraen, imán ataviado de añoranzas consumidas por los ecos.
Y
he buscado a ciegas superar en el vivir un desabrido desaliento
que
apaga el alma a cada paso y a cada paso la
intoxica de
lamento.
Y
he querido, por tal, hallar en mi andadura, el perfil de una vidriera
que,
al mirar tras ella, la pupila advirtiese que el paisaje mintiera.
Pues
no es todo angostura cuanto debe esperarse de su letanía,
y
se han de hallar mil razones que embauquen al alma porque ésta
sonría,
ya
que atajos hay que a la vista no están y desean dar otra apostura
al
paso de la vida, porque el andar del alma despinte su amargura
y
encienda de alegres vericuetos el paisaje ahora angosto y diluido
por
el ojo engañado, por la ilusión raptada y por el rumbo fingido.
Con
la mente impregnada en estos pensamientos iluminé cada paso
y
vi florecer la senda de tonalidades que, dormidas acaso,
hasta
entonces no pensaron en ser advertidas al gesto de mis ojos
en
sus pensares verdes, sus azules perfumes o sus latidos rojos.
Acabó
para siempre la pérfida calumnia, hostil quebradero del paisaje
que
hasta entonces quiso tener aterida la estela confundida de mi viaje.
Y
advertí cosas que, dulces y amables, yacían inadvertidas por mi
instinto
dictándome
los modos de conseguir desenhebrar el urdido laberinto.
Luego,
una mano suave despertó con tacto y ternura mis sentidos
hasta
conseguir mutar mis inciertos pasos en brillantes latidos.
A
la mano propicia di mi mano y con ella urdí mi travesía.
De
su mano voy desde entonces, y enredada a la suya va la mía.
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