Bandolín
Un
lejano bandolín suena en mi mente
confuso
entre notas, silbos y rumores
que
lo adornan de una queja diferente.
Su
música me agasaja entre vapores
cálidos,
viajeros a través de un puente
que
lleva y trae al extraño caminante
con
la mochila colmada en melodías
tras
el cierto esbozo del lejano amante,
que
percibe entre las notas cetrerías
de
halcón del deseo sin amo ni guante.
Resoplan
los tañidos flotando en la añoranza
de
la mano blanca que musita vagos sones
al
borde de una pira prendida en lontananza.
Son
voces de canto hilado con proposiciones
de
magia, ilusión y celo que mi oído alcanza.
Los
ojos se me cierran por ver la faz divina
que
de tan remoto viene y el rasguear retrata
salvando
la distancia que todo difumina.
Y
se posa en mi anhelo la dulce imagen, grata,
de
la más deseable elegancia venusina.
Que
anden las semanas dormidas en pulcros tequieros
extasiados
detrás de susurrantes calideces
que
estremecer ansían el sonoro ímpetu de Eros;
sea
la palabra amor salmodiada tantas veces
como
fulgen en la noche faroles y luceros.
Casta
ternura posada en la rama de un confín
del
tiempo casi dormido, mas presto a despertar
a
la incontestable llamada del regio clarín.
Que
cuando nos cite, estemos listos para danzar
oyendo
la queja lejana de aquel bandolín.
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