Cupido
No
advertí que rondase ese ángel mi alma tranquila y durmiente
ni
revolotease así mirándome el pecho y la frente.
El
son de unas alas vestidas de algo perdido de mí,
fue
enamorado por todo el entorno, menos por mi oído,
al
que un aviso fragante de plumas, como un colibrí,
estando
despierto, un leve sigilo lo mostró dormido.
Fue
tal la quietud de las flechas cautas dentro de la aljaba
que
no vi dos que Cupido, preciso, hacia mí disparaba.
El
infante con alas que porta un arco encantado en la mano
tardó
en encontrarme con su dardo hiriente, sutil y profano.
El
niño prodigio que tensa la liana embrujada, buscando
donde
envenenar de amores con certera y fúlgida saeta,
subido
a galope en el tiempo perdido se me fue acercando
ondulante
y travieso igual que la cola de una ágil cometa.
Pasé
de largo, sin notar la primera flecha que me hería,
víctima
de un celestial pulso y de una divina puntería.
Se
introdujo en mi mente distraída aquel raudo y furtivo disparo
que
condujo el alma sedada al destino cierto de su desamparo.
Y
el rincón del sentimiento quedó entonces franco, abierto y expedito
con
la ventana entornada al paso del amor, recién invitadora
a
la ternura inextinguible flechada por el ímpetu del mito
que
del espíritu se adueña eternamente, benévola traidora.
Tras
esa flecha primero, que ni gota de sangre hizo que vertiese
su
púa en la frente, quise que mi alma agostada se reverdeciese.
El
segundo disparo,cálido y veloz, a pleno corazón fue dirigido
con
grata punción untada de oro y miel, rejoneando su impávido latido.
El
impacto generoso, transformado ahora en plácida y rítmica locura,
convidó
al crepúsculo a desear tornarse amanecer la próxima mañana
y
al atraque postrero de la nao transformarlo en repetida singladura.
Es
Cupido el culpable si por cada suspiro que arrojas mi pecho se imana
y,
también, tiene culpa de que mis anhelos busquen tras tu afán, otro
camino,
pues
clavó sus flechas vestidas de ese grande amor con que desde ya me
ilumino.
Dos
solos flechazos, áureos, tramados por ese diferente querubín
que,
al monocorde tránsito de mi postrera caminata, le pusieron fin.
Y
es ahora, cuando el sentido de mi marcha, atento, enamorado se
extasía
ante
cada nuevo amanecer que explota, luminoso, sin sueño ni quimera
gracias
a un episodio, paradoja forjada al yunque de la mitología.
Mi
corazón hoy ama encendido y vigoroso, tal como, ilusionado, espera
adornado
por la dicha que tenaz burbujea desde la gozosa fecha,
que
no sea necesario nunca más percibir en él la punta de otra flecha.
Hay que ser realmente valiente para dejarse herir tantas veces, aún con el brillo dorado, con las gráciles manos de un querubín...
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