Es el amor el don más
prodigioso que puede poseer el ser humano. En la creación no hay
nada más que pueda poseerlo ni manifestarlo. Por eso me atrevo a
pensar en alta voz que este es el único sustantivo que no debe ser
adjetivado. No lo necesita. Es la plenitud.
Cuando se goza con la
presencia del ser amado, la felicidad siempre está presente. Y en
los instantes de ausencia el individuo es también feliz anhelando el
instante del reencuentro.
La felicidad que describo
inmersa en el anhelo producido por la ausencia, sugiere que en el
alma siempre queda ese vapor sonriente que invita a la espera
ilusionada.
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