Cuando se reflexiona, se
ejercita el pensamiento sobre miles de certezas y abstracciones. Pero
existe en nosotros, en nuestro interior, una materia de meditación
que supera con mucho a todas las demás: el amor. Las dos frases
susurradas en esta ocasión por el duende van
precisamente ahí, donde duerme ese contenido tan imprescindible para
el hombre como puede serlo el mismo aire que, como él, en todo está.
En la primera reflexión se pretende dejar claro el poco sentido que
la vida misma tiene para el que esquiva la fortuna de poder
experimentarlo y compartirlo intensamente. Lo cotidiano se vuelve de
colores para quien puede disfrutar la dimensión amorosa. Para los
infortunados que abren el paraguas cuando llueven gotas de amor, no
hay tonalidades, sólo grises y oscuros.
La
segunda conclusión que sugiere esa frase tan corta es, de alguna
manera, precisamente la que nos lleva a asegurar que, cuando sucede
lo contrario, cuando hay un no decidido
en la respuesta a cualquier apetencia de amor, hay que hacer el
esfuerzo de pasar de largo, pues ese sentimiento es el de la misma
manifestación vivida por dos corazones. El no
dado por el péndulo es la metáfora que advierte con su obstinado
balanceo que el amor no existe como elemento de felicidad si no es
del todo compartido.
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