Añoranza
No
sucedió ni ayer ni esta mañana;
años
muchos pasaron desde aquello
que
una vez viví y lleva el sello
de
una noche solitaria allá en La Habana.
Un
lustro o más corriera desde el día
en
que un vértigo furioso traspasase
una
noche en que la luna con su fase
más
oscura me ungió en melancolía.
Triste
andaba, lejos de mi tierra amada,
dolía
el deseo… por tiempo y por distancia,
caminaba
a solas, advirtiendo cómo escancia
la
añoranza el amargor de su estocada.
Luego,
se apagó la tristeza, porque un simple
inesperado
gemir, grueso y sonoro
embistió
mi alma con ímpetu de toro,
por
el simple arrullo de las notas de un timple.
Siguiendo
su llamada corrí por otras vías
dormidas
y oscuras en la noche terca,
cada
vez más alto, cada vez más cerca
de
un brillo de isas, mazurcas y folías.
Agitado
paré entre dos esquinas,
allí
donde era llamado por las cuerdas.
Vi
unas manos viejas, calmosas y lerdas
tejiéndolas
en coplas nocturninas.
Mis
ojos volaron al timple, sus notas oílas
con
el corazón enamorado, estremecido...
El
tocador paró un instante y me habló al oído:
“Se
ve que eres canario; se mojan tus pupilas.”
Justo
hasta ese instante nunca supe cuánto
de
dulce puede haber detrás del llanto.
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