La
mirada y el deseo
No
parece ser el silencio divertido,
pero
engaña. Es ameno y elocuente,
muestra
el gesto de un vigor enternecido
sin
seña y sin palabra, gestual puente.
Pero
ha de saberse que si impera
con
voces inaudibles y precisas
su
conducta trenzada y carcelera,
se
auguran cantos y olfatean brisas.
¡Cuántas
frases bellas entonan los ojos
cuando
los labios, cautos, nada dicen!
Letrillas
susurrantes que buscan desalojos
en
las ansias antes de que cautericen.
Díjelas en silencio, con la mirada
puesta
en la suya; mostré el imperio
de
mi anhelo y advertí su espada
con
hoja sigilosa y filo de misterio.
Balbuceé
amor, lujuria, afán,
entretejiendo
mil olientes retahílas
de
néctares pensados que se van
volando
ansiosos en pos de las pupilas.
Y
el ansia sometida al hábil verbo
rindió
presto sus pudores femeniles.
Vuelvo
a entrar en los ojos, donde observo
que
ahora queman como férvidos candiles.
Ya
no sólo me atiende, me contesta
la
mirada febril, ardiente me sugiere
que
la ropa toda que llevamos puesta
donde
aligerarse, a escondidas, quiere.
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