Oí tus pasos, la puerta y el agónico silencio que dejaste. No vuelvas nunca, amor. Has dejado un vacío tan inmenso que ni siquiera tu propia presencia podría volver a llenarlo.
Si consigo que el mal no entre por mi puerta, ni por la ventana o la chimenea, puede ser que ya esté dentro. Si fuese así, trataré de echarlo fuera nuevamente con una infalible artimaña: "la bondad ha salido a hurtadillas por la puerta trasera", susurraré. Luego, cuando éste haya mordido el anzuelo, aquella saldrá de su escondite y volveré a cerrarlo todo nuevamente.
Nada me produce mayor sensación de soledad que la atención y la mirada de una persona indolente.
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