VEO
Veo
el amor despierto en tu mirada
del
color de la hoja verdecida:
calidez
de constante llamarada.
Veo
en tus ojos la sonrisa redimida
que
se instala pausada en mi aposento
por
la magia de la mente y allí anida.
Posada
estás en mí todo momento,
pues
no quieres volar, ni yo que vueles,
que
no vaya tu mirada con el viento.
Que
no corras entre campos de laureles
olvidada
de mi rama un solo instante,
pues
ese en que no estás ¡cómo me dueles!
Veo
el espejismo de mi alma delirante
que
no es más que el tacto de tus manos
o
el aroma del perfil de tu semblante.
Veo
en ti, Lucía, los trinos más ufanos
del
pájaro que elige en su garganta
el
color de los gorjeos más profanos.
Veo
en ti, mi amor, la voz que canta
sones
perfumados de paz y de murmullo
por
los que, hechiceros, el afán se imanta.
Veo
en los gratos perfiles del arrullo
que
tu gesto envía y que mi instinto apresa,
por
hacerlo eternamente sólo suyo,
la
insinuación jugosa
de
la fresa
que
imita, extasiada, al ser mordida,
el
dulzor de la boca cuando besa.
Veo
en mí la nostalgia contenida
tras
el fruto madurado en el deseo,
propiciando
que siga adormecida.
Como
puedes, amor, ver, tus ojos leo
esperando
un regalo generoso de la vida:
poder
palpar mañana lo que hoy veo.
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