El hijo pródigo
Dos semanas habían
pasado ya desde que el hijo pródigo regresara y su padre le
recibiera en casa con una tierna, cariñosa y solemne bienvenida.
Aquel joven, de próspera familia, no dejaba de mostrar su aflicción
y su arrepentimiento por haber dilapidado su hacienda, tras mostrarse
como un egoísta del todo ajeno al dolor de los suyos. La lección
amorosa dada por su progenitor lo conmovió tanto que, en su cabeza,
no latía otro pensamiento que no fuese el de compensar aquel gesto
generoso que no sólo le había devuelto a él la felicidad, sino al
patriarca y a toda su estirpe. El regreso, su regreso, fue sin duda
el evento más memorable de todos cuantos en siglos pudiera ser
recordado por los miembros de su linaje. No se podía quedar de
brazos cruzados ante tan grande gesto de benevolencia. Tenía que
hacer algo que consiguiese repetir el logro de tanta paz y tanta
felicidad. Durante muchos días se devanó los sesos; estaba tan
agradecido, que le resultaba imposible quedarse cruzado de brazos.
Trabajaría en adelante mucho más que nadie, pero no lo consideró
suficiente; adoraría a su padre por encima de todos los afectos y
tampoco le pareció bastante. Evocó cientos de veces el abrazo de
bienvenida por parte de éste y cientos de veces vio en los ojos del
anciano la mayor de las alegrías. Por eso decidió volver a
propiciar aquel sublime instante de extrema felicidad. Pocos días
más tarde, en secreto, vendió todos los animales que pudo, se
adueñó en silencio de la mayor suma de dinero posible y se encargó
de desvalijar los guardados cofres llenos de joyas centenarias.
Luego, sin que nadie lo advirtiese, con todo el producto de su
saqueo, volvió a desaparecer, en esta ocasión sin despedirse, sin
decir palabra. Ya muy lejos, aún seguía pensando: ¡Vaya alegría
que volveré a darle al bueno de mi padre, cuando regrese!
¡Menuda alegría que se va a llevar...! Muy buen relato. Te felicito.
ResponderEliminarDirecto a Facebook...
Es una alegría siempre el recibir a un hijo. Tras reconocer un error más; otra cosa es errar a conciencia, sin ser consciente... Me ha parecido muy divertido el relato.
ResponderEliminarGracias Inma, por tu comentario siempreagradable para mí.
ResponderEliminarUn beso
También a la persona anónima le quedo agradecido. Precisamente lo que buscaba es que tuviese cierta gracia.
ResponderEliminarUn saludo.
Este relato encierra una verdad; el jugador se la juega por el arrepentimiento...Rasputín decía a las damas: de la corte pequemos para luego arrepentirnos... Don José siga así deleitándonos con relatos...
ResponderEliminarGracias, Pedro. Yo pienso seguir haciendo cositas. Tú, como Inma y cualquier otra persona amiga de este blog, pueden participar también. Eso lo enriquecería muchísimo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Echo de menos tus relatos, Jose, ¿no va tocando ya compartir uno? Un beso.
ResponderEliminarHola Irene. No había visto este comentario. Los relatos son un pasatiempo, pero escribo otras cosas. De todos modos, por complacerte, escribiré algo. Un beso.
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