Vete
al puerto
Vete
al puerto amada mía, vete al puerto
y
usurpa el velero que tranquilo duerme
decidido
siempre al amanecer incierto.
Propón
que el letargo de su quilla merme
invitándola
a tentar la faz del mar abierto.
Vete
al puerto amor y obliga a ese velero
a
desperezarse bajo el sopor de las candelas
que
lo aturden y lo hacen poco marinero.
Convéncelo
de que ha de desplegar las velas
y
encontrar en el soplo del viento a su remero.
Luego
sé, de la nave, solitaria tripulante
embaucada
por el horizonte y la lejanía
que
imantan la pasión del navegante.
Gobierna,
prosigue bogando por la letanía
de
sal y espuma sobre el líquido ondulante.
Viaja
apresurada entonces y ansiosa timonea
sobre
la inmensidad impredecible y casquivana
que
a todo navegante por capricho contonea.
No
le hagas caso al mar, amor, boga liviana
hasta
el lugar que en nuestras almas alborea.
Por
el Atlántico también mi nave ya transita
sobre
olas crecidas que muerden la madera
en
la que pertinaz mi ardiente corazón gravita.
Desafiando
embestidas, insiste mi galera
portando
la ansiedad que en nuestro mar levita.
Voy
hacia ti, esa es mi decidida singladura;
percibo
que te acercas, te huelo en el deseo
tornada
en timonel de pétrea armadura.
Balancéase
mi nave y sin verte ya te veo
augurada
en la oscilación de tu hermosura.
Pronto
llegarás a ese punto de azul predestinado
que
insistentemente llama también a mi goleta
a
encontrarse en lugar jamás equivocado.
¡Tan
grande amor nos ha traído hasta esa meta
que
el mismo mar parece haberse enamorado!
No hay comentarios:
Publicar un comentario