domingo, 21 de septiembre de 2014

EL HIJO PRÓDIGO



                                                                El hijo pródigo

Dos semanas habían pasado ya desde que el hijo pródigo regresara y su padre le recibiera en casa con una tierna, cariñosa y solemne bienvenida. Aquel joven, de próspera familia, no dejaba de mostrar su aflicción y su arrepentimiento por haber dilapidado su hacienda, tras mostrarse como un egoísta del todo ajeno al dolor de los suyos. La lección amorosa dada por su progenitor lo conmovió tanto que, en su cabeza, no latía otro pensamiento que no fuese el de compensar aquel gesto generoso que no sólo le había devuelto a él la felicidad, sino al patriarca y a toda su estirpe. El regreso, su regreso, fue sin duda el evento más memorable de todos cuantos en siglos pudiera ser recordado por los miembros de su linaje. No se podía quedar de brazos cruzados ante tan grande gesto de benevolencia. Tenía que hacer algo que consiguiese repetir el logro de tanta paz y tanta felicidad. Durante muchos días se devanó los sesos; estaba tan agradecido, que le resultaba imposible quedarse cruzado de brazos. Trabajaría en adelante mucho más que nadie, pero no lo consideró suficiente; adoraría a su padre por encima de todos los afectos y tampoco le pareció bastante. Evocó cientos de veces el abrazo de bienvenida por parte de éste y cientos de veces vio en los ojos del anciano la mayor de las alegrías. Por eso decidió volver a propiciar aquel sublime instante de extrema felicidad. Pocos días más tarde, en secreto, vendió todos los animales que pudo, se adueñó en silencio de la mayor suma de dinero posible y se encargó de desvalijar los guardados cofres llenos de joyas centenarias. Luego, sin que nadie lo advirtiese, con todo el producto de su saqueo, volvió a desaparecer, en esta ocasión sin despedirse, sin decir palabra. Ya muy lejos, aún seguía pensando: ¡Vaya alegría que volveré a darle al bueno de mi padre, cuando regrese!

8 comentarios:

  1. ¡Menuda alegría que se va a llevar...! Muy buen relato. Te felicito.
    Directo a Facebook...

    ResponderEliminar
  2. Es una alegría siempre el recibir a un hijo. Tras reconocer un error más; otra cosa es errar a conciencia, sin ser consciente... Me ha parecido muy divertido el relato.

    ResponderEliminar
  3. Gracias Inma, por tu comentario siempreagradable para mí.
    Un beso

    ResponderEliminar
  4. También a la persona anónima le quedo agradecido. Precisamente lo que buscaba es que tuviese cierta gracia.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. Pedro Domínguez Herrera23 de septiembre de 2014, 8:11

    Este relato encierra una verdad; el jugador se la juega por el arrepentimiento...Rasputín decía a las damas: de la corte pequemos para luego arrepentirnos... Don José siga así deleitándonos con relatos...

    ResponderEliminar
  6. Gracias, Pedro. Yo pienso seguir haciendo cositas. Tú, como Inma y cualquier otra persona amiga de este blog, pueden participar también. Eso lo enriquecería muchísimo.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  7. Echo de menos tus relatos, Jose, ¿no va tocando ya compartir uno? Un beso.

    ResponderEliminar
  8. Hola Irene. No había visto este comentario. Los relatos son un pasatiempo, pero escribo otras cosas. De todos modos, por complacerte, escribiré algo. Un beso.

    ResponderEliminar