Ilusión
Mira,
mujer,
que
no estoy de tu amor desentendido
ni
duermen mis horas lejos de los versos
tatuados
en tu piel
de
fantasía.
No
me veas
escalando
la más inaccesible cresta
que,
violenta, me llame hacia el paisaje
insoportable
de
tu ausencia.
Estremecen
el
cristalino serpenteo concurrente
de
mi vida, los ecos que regresan
de
mi canto
enamorado.
Y
una flauta
recita
su trova golosa todas las mañanas
que
despiertan, aprehendidas a tu imagen
delirada,
rosas
de deseo.
Son
los soplos
que
mecen ese aire austero, aquilatado en oro,
tiñéndolo
de sensitivas y remotas melodías
que
aturden
la
nostalgia.
Y
aunque aguardo
tu
llegada temprana al bosque bordado de anhelos,
veo
bien que aún la niebla cubre la ansiedad de cada hoja,
y
a evocar, regreso,
el
fin de la bruma.
Aún
así
la
flauta seguirá soñando, embrujadora,
insinuante,
como el afanado piar del gorrión
que
galantea
tras
la rama.
Más
tarde,
cuando
la niebla se disipe, vencida su insistencia,
evaporándose
como se difuminan los vacuos sentimientos,
mi
canto insistirá
por
atraerte.
Luego,
el corazón
que,
enardecido, volará desde ti hasta mi retama
atraído
por el gorjear de prestas ansiedades,
también
entonará
mi
lírica armonía.
Y
el abrazo
y
el beso contenidos en el sopor de la distancia,
se
moverán como dos radiantes danzarines
en
torno a nuestros inflamados pechos
y
sobre el desespero de los labios ardorosos.
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