Ensoñación
Soñé
ser un joven descrito en la faz de un cuento
trenzado
de hojas y flores, casi susurradas
por
el trino alegre del color y del momento
que
el ensueño mostrase, en las fértiles nidadas
puestas
a volar livianas en mi pensamiento.
El
ambiente barroco, adorando el trazo lozano
observado
por todos los aromas y pinturas
que
la floresta vierte en puro y virginal rellano,
componía
en mi epidermis olientes partituras
de
entusiasmo, engalanadas por un placer lejano.
En
la sombra luminosa que todo lo prendaba,
por
la serena calma dada en cálidos verdores,
un
árbol con dos trenzas alargadas me invitaba
al
suave bamboleo en un trapecio de rubores,
de
brisas coloreadas y aromas de guayaba.
Y
acepté en el sueño el delicado balanceo
donde
mi alma joven, leve en la arboleda
se
iba y venía asido a un cálido recreo.
Seguí
viajando por los vaivenes que eran seda
del
aire, y en el rostro vidriado tintineo.
Luego,
unos brazos vestidos de blancura y de pureza
ascendieron
por los hombros en busca de mi cuello,
porfiados
en un gesto de osadía y gentileza.
Se
paró el columpio, cesó la brisa, y todo aquello
que
pudiese enturbiar la admiración por su belleza.
De
igual modo, así gravita tu paso sobre la ternura
que
se contempla en la mirada y el aliento
de
una ensoñada diosa con infantil figura.
La
fantasía se va tras despertar, con ella el cuento,
y
aparece tu presencia, con tu amor, con tu hermosura…
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