Musa
Portas
la elegancia de los copos de nieve
cernidos
desde el cielo por la mano brillante
que,
puros como gemas con la luz de un brillante
inmenso,
pulirán el entorno cada vez que nieve.
Tu
voz me llega escrita, como un madrigal
suave
como bucles de pelo, al viento sus ondas,
o
con el timbre meloso que esparcen las ondas
del
antiquísimo canto de algún madrigal.
Pues
no va con tu timbre entonación esquiva
que
evoque el ocaso del sol en el poniente,
porque
en tu sonreír, los soplos de poniente,
la
fragancia en el gesto de tu voz, esquiva.
Propone
tu canto el susurrar de la arbolada
mecida
por la brisa eternamente inquieta.
Es
voz que me extasía, pero que nunca inquieta
mi
mar que, desde ti, no es mar arbolada.
Tu
semblante me muestra la flor de la azucena
y
tu transpiración la fragante flor del mirto.
Es
por tal que confundo la azucena con el mirto
en
su aroma, y en su color al mirto y la azucena.
Los
ojos cierro ahora, te imagino y me embeleso
en
la consistencia de tus dones y tu hechizo.
Quiere
decir eso que ante tal beldad me hechizo
transportado
al éxtasis que me acerca a tu embeleso.
En
poco tiempo viniste a ser mi dueña y musa
que
adorna la palabra y la mirada con el beso.
Así,
cuando te arrollo con ímpetu y te beso
en
el Helicón del dios Apolo tiembla una musa.
Pues
si mi amor era, torpe, aquel que ayer lucía
la
indolencia de una barca varada y sin remo,
desde
que apareciste, apasionadamente remo
hacia
el enamorado corazón que late en ti, Lucía.
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