El dorado corcel cabalga majestuoso siguiendo el curso de una linea infinita. Su espectacular movimiento y su propia belleza componen una inusual melodía incapaz de ser imaginada por la sutil imaginación de no todos los artistas.
La flecha no mata porque quiere, pero siempre está dispuesta a hacerlo.
El hombre creyente y dichoso, lo es porque ignora que precisamente por serlo no está contemplado en las bienaventuranzas evangélicas.
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